OPINION
Por Marcelo Koenig *
Néstor Kirchner ha tomado la decisión de conducir la estructura del PJ. Esto es parte de la estrategia de recuperación de la política que va hacia la institucionalización del proceso.
Esta decisión muchas veces es criticada desde posiciones gorilas. No es nuestro caso. No nos asusta lo aluvional y plebeyo que siempre acompaña en todas sus expresiones al peronismo. Por el contrario, nos preocupa la matriz prolijamente liberal de las prácticas políticas de los noventa que no han sido confinadas al olvido.
¿Cómo se va a combinar la presidencia de Kirchner –el hombre cuyo impulso de cambio marcó las condiciones de la etapa– con una estructura partidaria anquilosada, que en su mayoría fue parte en el sustento de la dependencia neoliberal? ¿Cuánto y de qué modo se comprometerán con el cambio necesario aquellos que fueron coprotagonistas de la entrega, la exclusión y la injusticia en los tiempos de Menem y de Duhalde? ¿Cómo actuarán aquellos que con obediencia debida partidaria y/o convicción personal acompañaron la vigencia de las pautas económicas y políticas del Consenso de Washington? ¿Podemos afirmar que con sólo modificar la estructura de conducción del PJ se transformará en una herramienta de liberación?
Es entonces cuando nos preguntamos: ¿qué tenemos que hacer las organizaciones populares forjadas al calor de la resistencia de los noventa y que nos reconocemos en la tradición política del peronismo revolucionario? ¿Tenemos que correr tras algunos puestos en la estructura partidaria del PJ, porque si no nos quedamos afuera del tablero? ¿Tenemos que cumplir el triste rol de la piedrita en el zapato del PJ?
Hoy tenemos frente a nosotros una decisión importante. Creemos que es un error correr detrás de la pelota. Tenemos que pensar y discutir una estrategia para el tiempo que se viene. Eso significa abrir un debate sobre el modelo de país que queremos y la fuerza necesaria para ir concretándolo.
Tenemos que discutir el peronismo del siglo XXI. No lo tenemos que hacer de cara a la interna del PJ sino de cara al pueblo argentino, aquel que gritó basta en diciembre de 2001 y recuperó su esperanza después de 2003.
Al movimiento nacional y popular no lo puede suplir una estructura partidaria. El partido puede ser, a lo sumo, una herramienta del movimiento, el famoso "traje de novia" al que se refería el General. Mucho menos si esta estructura no cambia de raíz la matriz de construcción liberal de los noventa, con su lógica de referentes y operadores, de cacicazgos enraizados en el Estado, que operan desde allí su poder.
Queremos una democracia participativa con justicia social. La profundización de este proceso viene de la mano de una mayor distribución de la riqueza y del poder. La concentración de ambas es claramente enemiga no sólo de la continuidad del proceso abierto el 25 de mayo de 2003, sino también de nuestros principios ideológicos y doctrinarios históricos. Sólo la participación popular en la política puede avanzar en niveles crecientes de justicia social. Sin participación popular no hay movimiento nacional y popular. Sin movimiento no hay ni puede haber proyecto nacional transformador que nos vaya encaminando hacia la liberación.
Pensar el peronismo del siglo XXI es hacer un debate sobre las condiciones reales de dependencia en un capitalismo transnacionalizado que intenta limitar y encorsetar a los Estados nacionales de la periferia usando de escudo militar a los Estados imperialistas. Pensar el peronismo del siglo XXI es descifrar qué significa hoy "conquistar a la gran masa del pueblo combatiendo al capital". Reflexionar sobre la incidencia de los grupos económicos transnacionales en el condicionamiento de la economía y cómo esto se traduce en la exclusión de gran parte de los pueblos de nuestra América.
Pensar y construir un país justo y solidario es, para nosotros, una deuda con muchos de los 30.000 compañeros que dieron su vida para lograrlo, que fueron portadores de banderas históricas que no debemos arriar en función de un supuesto realismo político.
En definitiva, creemos que está abierto un debate estratégico, que el vaciamiento de la política de los noventa –del cual parece ser que nadie está exento– pretende reducir a una maniquea alternativa entre PJ si o PJ no.
En los años ochenta, en plena alvearización del PJ empezamos a cantar una consigna que sigue aún vigente: "No queremos un partido, un partido liberal, queremos un movimiento nacional y popular". En los noventa perdimos la batalla, pero nos transformamos en resistencia. ¿Podrá vencer el peronismo del siglo XXI?
Un gran mérito de Néstor Kirchner en estos últimos años fue la recuperación de la política; corriendo el eje de la economía, tal como lo situaba el pensamiento único. Pero la política sólo es transformadora y hasta revolucionaria en la medida en que deja de pertenecer al restringido círculo de los políticos y es apropiada por la gran masa del pueblo. Para que esto se produzca es necesario que la política en general y el peronismo en particular recuperen la capacidad de enamorar. El peronismo del siglo XXI sólo volverá a enamorar en la medida en que recupere las dos cuestiones que refería Unamuno como el mejor legado para nuestros hijos: por un lado raíces; por el otro, alas. Raíces para entroncarnos con las luchas de la larga marcha de nuestro pueblo por su liberación nacional y social; alas para soñar, rompiendo con el posibilismo, un proyecto de país sin excluidos, justo, libre y soberano en una Latinoamérica unida.
Por Marcelo Koenig *
Néstor Kirchner ha tomado la decisión de conducir la estructura del PJ. Esto es parte de la estrategia de recuperación de la política que va hacia la institucionalización del proceso.
Esta decisión muchas veces es criticada desde posiciones gorilas. No es nuestro caso. No nos asusta lo aluvional y plebeyo que siempre acompaña en todas sus expresiones al peronismo. Por el contrario, nos preocupa la matriz prolijamente liberal de las prácticas políticas de los noventa que no han sido confinadas al olvido.
¿Cómo se va a combinar la presidencia de Kirchner –el hombre cuyo impulso de cambio marcó las condiciones de la etapa– con una estructura partidaria anquilosada, que en su mayoría fue parte en el sustento de la dependencia neoliberal? ¿Cuánto y de qué modo se comprometerán con el cambio necesario aquellos que fueron coprotagonistas de la entrega, la exclusión y la injusticia en los tiempos de Menem y de Duhalde? ¿Cómo actuarán aquellos que con obediencia debida partidaria y/o convicción personal acompañaron la vigencia de las pautas económicas y políticas del Consenso de Washington? ¿Podemos afirmar que con sólo modificar la estructura de conducción del PJ se transformará en una herramienta de liberación?
Es entonces cuando nos preguntamos: ¿qué tenemos que hacer las organizaciones populares forjadas al calor de la resistencia de los noventa y que nos reconocemos en la tradición política del peronismo revolucionario? ¿Tenemos que correr tras algunos puestos en la estructura partidaria del PJ, porque si no nos quedamos afuera del tablero? ¿Tenemos que cumplir el triste rol de la piedrita en el zapato del PJ?
Hoy tenemos frente a nosotros una decisión importante. Creemos que es un error correr detrás de la pelota. Tenemos que pensar y discutir una estrategia para el tiempo que se viene. Eso significa abrir un debate sobre el modelo de país que queremos y la fuerza necesaria para ir concretándolo.
Tenemos que discutir el peronismo del siglo XXI. No lo tenemos que hacer de cara a la interna del PJ sino de cara al pueblo argentino, aquel que gritó basta en diciembre de 2001 y recuperó su esperanza después de 2003.
Al movimiento nacional y popular no lo puede suplir una estructura partidaria. El partido puede ser, a lo sumo, una herramienta del movimiento, el famoso "traje de novia" al que se refería el General. Mucho menos si esta estructura no cambia de raíz la matriz de construcción liberal de los noventa, con su lógica de referentes y operadores, de cacicazgos enraizados en el Estado, que operan desde allí su poder.
Queremos una democracia participativa con justicia social. La profundización de este proceso viene de la mano de una mayor distribución de la riqueza y del poder. La concentración de ambas es claramente enemiga no sólo de la continuidad del proceso abierto el 25 de mayo de 2003, sino también de nuestros principios ideológicos y doctrinarios históricos. Sólo la participación popular en la política puede avanzar en niveles crecientes de justicia social. Sin participación popular no hay movimiento nacional y popular. Sin movimiento no hay ni puede haber proyecto nacional transformador que nos vaya encaminando hacia la liberación.
Pensar el peronismo del siglo XXI es hacer un debate sobre las condiciones reales de dependencia en un capitalismo transnacionalizado que intenta limitar y encorsetar a los Estados nacionales de la periferia usando de escudo militar a los Estados imperialistas. Pensar el peronismo del siglo XXI es descifrar qué significa hoy "conquistar a la gran masa del pueblo combatiendo al capital". Reflexionar sobre la incidencia de los grupos económicos transnacionales en el condicionamiento de la economía y cómo esto se traduce en la exclusión de gran parte de los pueblos de nuestra América.
Pensar y construir un país justo y solidario es, para nosotros, una deuda con muchos de los 30.000 compañeros que dieron su vida para lograrlo, que fueron portadores de banderas históricas que no debemos arriar en función de un supuesto realismo político.
En definitiva, creemos que está abierto un debate estratégico, que el vaciamiento de la política de los noventa –del cual parece ser que nadie está exento– pretende reducir a una maniquea alternativa entre PJ si o PJ no.
En los años ochenta, en plena alvearización del PJ empezamos a cantar una consigna que sigue aún vigente: "No queremos un partido, un partido liberal, queremos un movimiento nacional y popular". En los noventa perdimos la batalla, pero nos transformamos en resistencia. ¿Podrá vencer el peronismo del siglo XXI?
Un gran mérito de Néstor Kirchner en estos últimos años fue la recuperación de la política; corriendo el eje de la economía, tal como lo situaba el pensamiento único. Pero la política sólo es transformadora y hasta revolucionaria en la medida en que deja de pertenecer al restringido círculo de los políticos y es apropiada por la gran masa del pueblo. Para que esto se produzca es necesario que la política en general y el peronismo en particular recuperen la capacidad de enamorar. El peronismo del siglo XXI sólo volverá a enamorar en la medida en que recupere las dos cuestiones que refería Unamuno como el mejor legado para nuestros hijos: por un lado raíces; por el otro, alas. Raíces para entroncarnos con las luchas de la larga marcha de nuestro pueblo por su liberación nacional y social; alas para soñar, rompiendo con el posibilismo, un proyecto de país sin excluidos, justo, libre y soberano en una Latinoamérica unida.
- Profesor adjunto en la UBA, Derecho, en Historia Política y Teoría del Estado. Director de la revista Evita.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario