No te puedo inventar un nombre. Pero quedate tranquilo, no voy a poner el tuyo.
Es que no sólo sos vos, son muchos los que están acá adentro. En estas letras.
Mirá, si hasta tiene visos de homenaje este capítulo.
Porque me acuerdo bien de la admiración que te tenía, del cariño, del respeto. Eras casi, y no exagero, nuestro comandante en épocas de inicios de las herramientas sociales que darían como resultado la vuelta de la democracia.
Yo te vi. No me lo contaron; yo estaba ahí cuando hiciste los agujeros del cartel con la cara del Che que reproducía la foto famosa de Alberto Korda. Y te cubrimos, porque si te pescaba Berta con un pasacalle de esa índole, te echaba. Allí nos enseñaste que los agujeros son necesarios para que el viento no embolse la tela.
Y después ví esa misma cara del Che, con tus agujeros en el lienzo, en aquella manifestación, de lado a lado de la avenida, inmensa, pesada como el hierro. ¿Te acordás de las voces? : ”El pueblo unido jamás será vencido…” ¿Te acordás? “ Resulta, resulta, resulta indispensable: aparición con vida y castigo a los culpables…”
Claro, vos te reías de mí. Es que todavía me daba miedo todo eso. Me asombraban el gentío, los bombos, las palmas, tantas voces. Era, como vos decías, un “boludito de pueblo” de unos veintitrés o veinticuatro años. Y, por supuesto, te divertías con mis pifiadas, mi falta de información, como por ejemplo de lo que ignoraba del movimiento sandinista nicaragüense.
Ayer volví a verte Socialista, tantos años después. Veinticinco ¿no?
Te quiero, sí, no lo niego, pero es un sentimiento coronado por un reborde vetusto de repugnancia al verte subir a tu 4x4 último modelo que para mí representa tu alma. Porque ahora formás parte de los tipos que piensan que esas máquinas les dan derecho a estacionarse en doble fila en cualquier lado. En la calle como en la vida…
Sí, ya sé, seguro decís ahora que es parte de mi resentimiento. Es que vos siempre estuviste en la cresta de la ola, en el arriba actual, y yo, yo solamente persistí, obvio, en un mundo en que la persistencia, la no adaptación, significan fracaso o “ser amargo” para muchos del resto (pero por suerte no para todos).
Ayer volví a verte Socialista (así te llamábamos en la pensión) y quise abrazarte pero me contuve, porque hubo algo, tuyo, no mío, que un día cambió rotundamente las cosas.
Porque me rebotó en las sienes la frase del oligarca padre de aquella novia mía “De estudiante: socialista, de médico: burgués”…Y porque siempre que te veo me dan ganas de agarrarte a trompadas, de sacudirte el aura de perfumes que ahora tenés.
Claro, todas las veces me pasa lo mismo y después pienso: ¿Para qué?
Que te importa ahora el sufrimiento, el dolor, la enfermedad, desde ese shopping que llamás institución, donde atendés. Desde tu casa quinta y el campito que te compraste. Porque ahora también sos agricultor. ¿Seguís hablando de la reforma agraria?
Decime la verdad ¿Te olvidaste? ¿En serio te olvidaste? ¿No te molesta ni un poquito la almohada algunas noches?
Que va.
Yo al final sigo siendo ese mismo boludito de pueblo que te sigue queriendo, queriendo y odiando, queriendo con bronca, y al final te acepto de la misma manera que uno aprende a aceptar el propio defecto, la propia cosa negra; el mismo chiquilín de pueblo que te lleva en el recuerdo más cálido y profundo de su vida.
Un ignorante de la política, un tipo sin militancia ni partido como me reprochaste una vez.
Ciertos días, cuando la cosa se pone pesada en el medio de salud público donde trabajo, me acuerdo de tu frase, de lo que me contestaste esa mañana en aquel hospital cuando dije - Este trabajo no es digno…
¿Te acordarás? Si, debés acordarte de vez en cuando – “Dignificalo vos”- dijiste, y esas palabras aún me pesan cada vez que quiero tirarlo todo.
Ayer te vi, aunque no sé si eras vos, porque dudo si los años no nos van preparando en esto de tener alucinaciones, de ver cosas que no son y no serán nunca, imágenes, personas digo, como la de aquel Socialista que vivió con nosotros en la pensión…
Es que no sólo sos vos, son muchos los que están acá adentro. En estas letras.
Mirá, si hasta tiene visos de homenaje este capítulo.
Porque me acuerdo bien de la admiración que te tenía, del cariño, del respeto. Eras casi, y no exagero, nuestro comandante en épocas de inicios de las herramientas sociales que darían como resultado la vuelta de la democracia.
Yo te vi. No me lo contaron; yo estaba ahí cuando hiciste los agujeros del cartel con la cara del Che que reproducía la foto famosa de Alberto Korda. Y te cubrimos, porque si te pescaba Berta con un pasacalle de esa índole, te echaba. Allí nos enseñaste que los agujeros son necesarios para que el viento no embolse la tela.
Y después ví esa misma cara del Che, con tus agujeros en el lienzo, en aquella manifestación, de lado a lado de la avenida, inmensa, pesada como el hierro. ¿Te acordás de las voces? : ”El pueblo unido jamás será vencido…” ¿Te acordás? “ Resulta, resulta, resulta indispensable: aparición con vida y castigo a los culpables…”
Claro, vos te reías de mí. Es que todavía me daba miedo todo eso. Me asombraban el gentío, los bombos, las palmas, tantas voces. Era, como vos decías, un “boludito de pueblo” de unos veintitrés o veinticuatro años. Y, por supuesto, te divertías con mis pifiadas, mi falta de información, como por ejemplo de lo que ignoraba del movimiento sandinista nicaragüense.
Ayer volví a verte Socialista, tantos años después. Veinticinco ¿no?
Te quiero, sí, no lo niego, pero es un sentimiento coronado por un reborde vetusto de repugnancia al verte subir a tu 4x4 último modelo que para mí representa tu alma. Porque ahora formás parte de los tipos que piensan que esas máquinas les dan derecho a estacionarse en doble fila en cualquier lado. En la calle como en la vida…
Sí, ya sé, seguro decís ahora que es parte de mi resentimiento. Es que vos siempre estuviste en la cresta de la ola, en el arriba actual, y yo, yo solamente persistí, obvio, en un mundo en que la persistencia, la no adaptación, significan fracaso o “ser amargo” para muchos del resto (pero por suerte no para todos).
Ayer volví a verte Socialista (así te llamábamos en la pensión) y quise abrazarte pero me contuve, porque hubo algo, tuyo, no mío, que un día cambió rotundamente las cosas.
Porque me rebotó en las sienes la frase del oligarca padre de aquella novia mía “De estudiante: socialista, de médico: burgués”…Y porque siempre que te veo me dan ganas de agarrarte a trompadas, de sacudirte el aura de perfumes que ahora tenés.
Claro, todas las veces me pasa lo mismo y después pienso: ¿Para qué?
Que te importa ahora el sufrimiento, el dolor, la enfermedad, desde ese shopping que llamás institución, donde atendés. Desde tu casa quinta y el campito que te compraste. Porque ahora también sos agricultor. ¿Seguís hablando de la reforma agraria?
Decime la verdad ¿Te olvidaste? ¿En serio te olvidaste? ¿No te molesta ni un poquito la almohada algunas noches?
Que va.
Yo al final sigo siendo ese mismo boludito de pueblo que te sigue queriendo, queriendo y odiando, queriendo con bronca, y al final te acepto de la misma manera que uno aprende a aceptar el propio defecto, la propia cosa negra; el mismo chiquilín de pueblo que te lleva en el recuerdo más cálido y profundo de su vida.
Un ignorante de la política, un tipo sin militancia ni partido como me reprochaste una vez.
Ciertos días, cuando la cosa se pone pesada en el medio de salud público donde trabajo, me acuerdo de tu frase, de lo que me contestaste esa mañana en aquel hospital cuando dije - Este trabajo no es digno…
¿Te acordarás? Si, debés acordarte de vez en cuando – “Dignificalo vos”- dijiste, y esas palabras aún me pesan cada vez que quiero tirarlo todo.
Ayer te vi, aunque no sé si eras vos, porque dudo si los años no nos van preparando en esto de tener alucinaciones, de ver cosas que no son y no serán nunca, imágenes, personas digo, como la de aquel Socialista que vivió con nosotros en la pensión…
El autor es Gerardo Pássera, Médico Clínico, reside en Mar del Plata, estudió en La Plata, donde conoció al protagonista de esta historia.-
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