29.4.06

7 de Mayo: un muy querido día de Otoño

Nota de Rosa Bertino publicada en LA VOZ DEL INTERIOR


Si algo ha demostrado Evita, a lo largo de su breve existencia y larga resurrección, es que es única. Pocos seres consiguen que el diminutivo de su nombre de pila les pertenezca para toda la eternidad. Se pueden decir muchas cosas: que la favoreció una muerte temprana y a la edad de Cristo; que el fanatismo no tiene medida, de un lado o del otro; que una ópera de Andrew Lloyd Weber es garantía de gloria mediática. Si así fuera, ¿por qué la muerte, la historia y el compositor de mayor olfato la eligieron sólo a Ella?El mito y la popularidad sobrepasaron holgadamente a su idolatrado esposo, Juan Domingo Perón. El escritor Tomás Eloy Martínez, que pasó horas enteras en Puerta de Hierro, cuenta que esta vuelta de tuerca irritaba al general: “Yo la hice ... Eva era obra mía”, gruñía por lo bajo. Aunque la doblaba en edad, el líder justicialista la sobrevivió 22 años. Perón murió en 1974, ahorrándose la bronca de ver que no figuró entre las biografías escogidas por el History Channel para cerrar el siglo 20.
En un mismo paquete estaban Lenin, el Mahatma Gandhi, Martin Luther King, el Che Guevara y Evita. Sobre cinco personajes que definieron un siglo decisivo, dos son argentinos.


La cruz y la hoguera
María Eva Duarte nació el 7 de mayo de 1919 en Los Toldos, provincia de Buenos Aires. Era la menor de los cinco hijos de la unión extramatrimonial de Juan Duarte, un estanciero de la zona, con doña Juana Ibarguren. Pobre y paria, un condimento esencial para el folletín y dos buenas razones para el sometimiento o la superación. Para que la condenaran a la hoguera y terminara en una cruz.Se ha escrito tanto sobre el acta de su nacimiento (Eva María Ibarguren en 1919; María Eva Duarte a partir de 1922); la pobreza familiar en Junín; la partida hacia la Capital cuando tenía 15 años; el padrinazgo del cantante Agustín Magaldi; el ingreso al radioteatro y a la farándula porteña; los 200 pares de zapatos y las deudas que le infligía su hermano, que no queda nada por decir. En el año crucial de 1944, ocurrió el terremoto de San Juan. El 22 de enero se produce el encuentro con el ascendente coronel Perón, un viudo muy codiciado, en un festival solidario en el Luna Park. Varias personas se adjudicaron haberlos presentado: Roberto Galán, Homero Manzi, Domingo Mercante, el coronel Imbert, Pierina Dealessi y hasta su legendaria rival, Libertad Lamarque. Lo más probable es que Eva los haya sorteado a todos y todas, en lo público y en lo privado. Desde entonces, ambos fueron inseparables.

El poder del pueblo
Con Perón en la Secretaría de Trabajo, Evita en todas partes, un gobierno endeble y una pobreza galopante, los acontecimientos se precipitaron. Los hechos hablan más claro que los analistas. El coronel es llevado a Martín García; Eva y un grupo de incondicionales logran sacarlo de la cárcel; el pueblo es la fragua del 17 de octubre de 1945. El dijo “compañeros”; ella dijo “descamisados”. El dijo “cinco por uno, no va a quedar ninguno”; ella inmortalizó el mote de “cabecitas negras”. Se casaron ese mismo mes, en Junín, por civil y casi en secreto. El poder con mayúsculas y minúsculas ya la resistía abiertamente, por advenediza, bataclana, resentida. El tenía 50 años; ella, 26. Todo un país quedó desposado en esa unión. La mitad la amaba y la otra la odiaba. Para los primeros era Evita, la abanderada de los humildes; para los otros, “esa mujer”. En ambos casos, el sentimiento empeoró con la muerte. Ella nunca dijo “volveré y seré millones”, pero cumplió; Victoria Ocampo (1891-1979) aseguraba no haber visto nunca escrita la leyenda de “Viva el cáncer”, pero que tampoco hacía falta escribirla. “En realidad, él era la mujer y ella el hombre”, había dicho Ezequiel Martínez Estrada, patentando un sentimiento que décadas después habría de corporizarse en la lucha del montonerismo contra el anciano general.

Odios y amores

Alicia Dujovne Ortiz sostiene que, tan pronto como en 1947, Eva tuvo el primer diagnóstico del cáncer de útero. No hizo caso y siguió trabajando 12, 14, 16 horas por día. Era justiciera, autoritaria y temible. Inspiraba lealtad, pero no amistad. Los pobres la adoraban en sus trajes de gala, broches de diamantes y tapados de visón. Por una vez, se había concretado la moraleja de folletín: Evita era uno de ellos, que había llegado a lo más alto sin abandonarlos en el camino.Las clases medias y altas la detestaban con igual intensidad. Muchos intelectuales y sindicalistas eran perseguidos o proscriptos. “El que no está con Perón, está contra Perón”, les gritó a los ferroviarios. Esa frase se convirtió en un emblema y estandarte, que sólo Eva se atrevía a enarbolar.Eran tiempos de avance para unos, y de retroceso otros. Julio Cortázar se exilió voluntariamente en Francia; Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964), uno de los pensadores más lúcidos y olvidados de la Argentina, profirió una frase lapidaria: “Me siento como un puritano en un prostíbulo”. Para las feministas, Eva Perón era y es un martirio ideológico. En la duda, han preferido agarrar por la izquierda y renegarla. ¿Cómo interpretar a la mujer que más hizo por las de su género, si vivía rendida a los pies de un marido coronado de símbolos fálicos?El largo adiósLas circunstancias políticas y el avance de la enfermedad hicieron que Evita renunciara a la vicepresidencia de la Nación. Los alegatos, las imágenes y el llanto de aquel 22 de agosto de 1951 son un presagio de la despedida. Las más conmovedoras en la historia de un movimiento de masas que hizo de la Argentina un país incomprensible para América y Europa. A las 20.25 del 26 de julio de 1952, Eva Perón entró a la inmortalidad. Sonaron las sirenas y poco después comenzó el interminable desfile alrededor del cuerpo embalsamado por Pedro Ara. Media Argentina lloraba por ella, mientras la otra festejaba.La mujer más poderosa, la más amada y aborrecida, murió rodeada por un cura jesuita, un modisto gay y una manicura, mientras escuchaba las oraciones que se elevaban desde la calle.Veinte años después, las nuevas generaciones hicieron su propia lectura de la Historia. Y sacaron otras conclusiones, algunas política y fatalmente equivocadas. Los hijos de los “gorilas” se hicieron peronistas, hasta que el general los desilusionó. Todos prefirieron ser “evitistas”, desobedeciendo el mandato de la difunta, de amar a Perón por sobre todas las ideas.

La vida por nadie
En los años ’70 aparecieron la militancia política y los eslóganes. Primero fue “Perón, Evita, la patria socialista” y después “si Evita viviera, sería montonera”. Deben haber dado unas cuantas vueltas en sus respectivas tumbas, Evita y Martínez Estrada. Ella jamás hubiera sido de izquierda; para un purista del socialismo, como el autor de Radiografía de la pampa, el peronismo era fascismo y Eva la artífice de la corrupción del movimiento obrero. Finalmente, a esas generaciones siguieron otras. El peronismo volvió a ser justicialismo, como quería su fundador, y a gobernar en la Argentina. La foto de Evita fue desapareciendo de muchos despachos, porque el recuerdo de la “dama de hierro” ponía incómodo a más de uno. O una. Para las nuevas camadas, criadas a birra, faso y pantalla, Evita es Madonna bailando un tango con el Che Banderas. Entre ellos y la historia de sus padres, o abuelos, hay un mar de muertos y silencios. Desapareció la militancia y reapareció la exclusión. Los “cabecita negra” de ahora se tiñen el pelo de amarillo y no saben que alguien dejó la vida por ellos, sin sospechar que en 50 años las cosas volverían adonde peor estaban.El juicio de las remerasLas consignas políticas de otrora son leyendas en las remeras de hoy. “Volveré y seré remeras”, es la irónica lección guevarista de la sociedad de consumo. “Si Evita viviera, sería soltera”, escribió un chico en la carpeta de historia. El juicio de un adolescente es inapelable. ¿Quién sabe cómo sería hoy Evita? Lo único que sabemos, es que estamos muy lejos de producir otra.

Bibliografía:“Eva Perón: cuerpo y política”, por Paola Cortés Rocca y Martín Kohan, 1998.“Radiografía de Martínez Estrada”, por Pedro Orgambide, 1970. “Y Evita. Pocos seres consiguen que el diminutivo de su nombre les pertenezca toda la eternidad.

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