15.11.09

SOBRE EL DIA DEL MILITANTE

Los nombres y la historia.

CEPES (Centro de Estudios en Políticas de Estado y Sociedad)

El asunto es saber convertir los fracasos en victorias.
Francisco Urondo

El 17 de noviembre es una buena excusa, no sólo para evocar una gesta grabada en los calendarios, sino también, para pensar la relación entre un nombre y una condición.
Ese nombre no es otro que el de Perón y la condición que pretendemos interrogar, la del militante. El escenario de miles de hombres y mujeres dirigidos en peregrinación secular, no es otro que el de la búsqueda de ese nombre, cuyo derrotero histórico se presentó como una suerte de recolector de las experiencias frustradas de una sociedad argentina errante, para parafrasear a Horacio González.
Esa empresa se sostenía sobre una convicción firme que habilitaba los senderos de la acción intempestiva, la de saberse sumergidos en una historia en marcha, en un movimiento mayor que todo lo abrazaba. Allí se amasaba una figura indómita reacia a su aprehensión, en las clasificaciones taxativas de ciertas lenguas de protocolo, el militante ¿Qué es entonces un militante? Se es laburante, estudiante, profesional y se es militante, pero también padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana, ¿qué es lo propio del militante? Diremos tan sólo su condición de exiliado, ¿de qué? se nos preguntará, y responderemos, de aquél suelo primero del lazo social. El del militante no es un lazo entre otros, sino uno que anuncia un porvenir, pero que requiere de su concurso inexcusable, que despliega los contornos de la sociedad por advenir y se entromete y compromete en su ejecución.
El 17 de noviembre de 1972, puede pensarse como la escena misma que reunía aquél nombre y la mencionada condición. Y eso mismo es la historia, una colección de nombres y sus trayectos sinuosos, nombres de los que se autoriza la acción. Se trata de un nombre que, aquí en nuestro suelo, devino “aquella coloración general en la que se bañan todos los colores y resultan modificados por ésta” cita que proviene de un texto polvoriento datado en 1857.
Son entonces, nombres que inauguran lenguajes en los que habitan los sujetos políticos, el militante es quien habita un lenguaje, no tan sólo sus consignas. El militante tributa a un lenguaje, lo defiende con celo en épocas de tempestades adversas, aguardando la chance que lo redima, armado, tan sólo, con aquello que brillantemente supo exponer Daniel Balbuena, una verdad a la que defender.

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