4.7.10

La definitiva muerte de un caudillo

En 1948 se convirtió en el gobernador más joven del peronismo. Fue el primero de cinco mandatos y el comienzo de más de cincuenta años a cargo del poder real en Santiago del Estero, que llegaron a su fin con la intervención a esa provincia en 2004.

Por Alejandra Dandan

Escribió 25 cartas por día. 750 en un mes. 9125 en un año. 45.625 en cinco años. 63.875 cuando terminó el exilio. Volvió a Santiago del Estero en 1973 en el único avión diario que salía de Buenos Aires. Detrás de las vallas estaban los nombres de las personas a quienes les había tipeado carta por carta. El “Tata” Carlos Arturo Juárez movía la cara de un lado al otro lado como sabían hacerlo los ventrílocuos. Abarcaba todas las miradas sin fijar los ojos en ninguna de las caras, siempre un poco más arriba, como mirando al que estaba detrás.
–¡Ey, Juan! –saludaba con la mano en alto, exagerada. Y hacía el gesto de la V. Después de Juan nombraba a Pedro y luego podía ser a José. No importaban los nombres porque ninguno existía, era la forma de su escenificación política, la construcción del caudillo, los gestos personalizados con los que nunca miraba a los ojos como si se presentara ante seres que están muertos.
Juárez tenía 94 años. Murió el viernes a las 22.15 en el sanatorio San Francisco de la capital santiagueña. Estaba internado desde el lunes con un cuadro de neumopatía que se agravó en los últimos días. Ayer sus restos fueron velados e inhumados. El gobernador Gerardo Zamora dispuso tres días de duelo y ordenó que se le rindieran honores con una guardia de Patricios santiagueños.
El caudillo santiagueño había muerto políticamente mucho antes que el viernes. Murió el 1º de abril de 2004 cuando el gobierno federal intervino Santiago del Estero. Los crímenes de Leyla Bshier y Patricia Villalba, las dos jóvenes conocidas como las muertas de La Dársena habían logrado sacar a un puñado de personas a la calle con el reclamo de justicia. Por entonces, Mercedes Aragonés de Juárez, Nina, su segunda esposa, gobernaba la provincia. El ex comisario Musa Azar, encargado del servicio de Informaciones durante la dictadura, era el jefe de policía de los Juárez y el dueño de aquel zoológico del espanto donde se decía que habían destripado a las chicas. Detrás de los cuerpos de las muertas, de las marchas del silencio, se levantaron los ex detenidos de los años de la dictadura como fantasmas que se animaban por primera vez a ver la luz. Con ellos salieron a la calle los perseguidos políticos de esos años que deambulaban en las cuevas de una democracia que mantenía vigilada a la oposición, y a los aliados, a fuerza de extorsiones y un archivo con 40 mil expedientes secretos. Juárez llevaba cumplidos cinco mandatos propios y más de cincuenta años a cargo del poder real en la provincia. Terminó sus días en el gobierno con un arresto domiciliario y una causa por la desaparición de trece personas durante la dictadura que todavía no está cerrada.
Había nacido el 16 de febrero de 1916. Era el hijo menor de una familia de clase media. Su padre, un profesor respetado, lo había criado junto a sus tres hermanos, Nicolás, Raúl y María. Carlitos pasaba horas leyendo. En una tierra, en la que sesenta y seis por ciento de la población no sabía escribir, Juárez devoraba los clásicos. “Yo soy un hombre serio y severo porque mi padre me educó en la severidad, en una formación muy controlada”, decía cuando reinterpretaba su infancia. Nunca contaba en cambio de su legado materno. Doña Elvira López era religiosamente mística. Solía usar un látigo de tres puntas convencida de que “la letra con sangre entra”. Antes de casarse, Juárez padre abandonó las reuniones en la Logia Masónica a pedido de su futura esposa que lo hizo acercarse a las milicias católicas. La pareja ceñía sus cuerpos con cilicios como Carlos Arturo iba a ceñirse más tarde a los destinos de la cruz en la Acción Católica y como más tarde iba a ceñir los destinos de la provincia.
En la década del ’40, se casó con María Luz Marqués Medrano. Poco después llevaba un traje oscuro, chaleco, una corbata negra y en la manga una cinta también negra en señal de luto. Había pasado casi 24 horas en silencio, con el cansancio acumulado de los últimos meses de la enfermedad de su hijo, el primero, su único hijo varón: Carlos Arturo Juárez hijo murió a los nueve meses de edad por una invaginación intestinal, un segmento del intestino del niño se había metido en otro lado del cuerpo. Los santiagueños hablan de aquella muerte como de un gualicho, algo que terminó marcándole la vida.
Juárez ya era gobernador. Había asumido en 1948. Era el gobernador peronista más joven. Iba y volvía a Buenos Aires. Y para entonces, las camisas y las ropas íntimas volvían con las manchas de rouge de Nina. Juárez tuvo otras dos hijas con aquella mujer. Se separó. Pero no volvió a verlas a pedido de Nina.
Para entonces, también dejaba marcas en la política. En 1948, el candidato a gobernador no había sido él sino Oreste di Lulo, uno de los intelectuales más respetados de Santiago, recuerda Luis Alem, subsecretario de Derechos Humanos de Nación, ministro de Justicia durante la intervención a la provincia. Di Lulo llegaba como producto de una fórmula de consenso avalada hasta por los radicales que habían decidido acompañarlo, pero querían elegir la lista de diputados. Cuando las listas se estaban cerrando llegó un supuesto telegrama de Perón con el nombre de los diputados. Di Lulo renunció y la candidatura quedó en manos de Juárez. La historia santiagueña le adjudicó a Juárez aquel tipo de tretas que aparecen una y otra vez como reflejo de un modo de construcción política. En 1973 volvió a suceder algo parecido. Arregló su candidatura con los cuadros de la democracia cristiana que habían cogobernado con la dictadura. Armó una fórmula contra López Bustos, el candidato de Perón. Le ganó, pero el detalle, recuerda Alem, es que para hacerlo se quedó con el sello del partido.
Después del golpe, Carlos Juárez se escondió en Buenos Aires. A comienzos de agosto de 1977, Nina quedó detenida. En septiembre, él le escribió al represor Jorge Olivera Rovere una carta poco conocida. Ambos se habían conocido en los años de la Revolución Libertadora. En 1973, Juárez lo ayudó con un ascenso.
“Recordado amigo Jorge”, escribió Juárez. “Por autoconvicción rehúso molestar a los amigos, salvo que una situación de real emergencia lo demande con imperio. Quizá sea la autoconsciente forma de evitarme desilusiones. Sin embargo, mi amargura ha llegado a extremo tal ante la persecución villana que desde hace casi un año y medio se ejercita contra mi esposa. Es por eso que he adoptado la decisión de escribirte con la franqueza que siempre hemos tenido entre nosotros para pedirte de poner término a esta implacable e inicua situación...”
Y agregó: “... Y yo, disculpame que me despoje de modestia para decirte con publicadas estadísticas que realicé en todas las áreas diez veces más que todos los gobiernos juntos en los últimos veinte años (...) Mi provincia ha sido la única en la que no pudo actuar la subversión. Más aún la única provincia en la que después del cambio no se encontró células organizadas, campamentos de adiestramientos o depósitos de armas, como elementos de prueba en la acción disolvente. ¿A qué se debió tan extraña circunstancia, máxime teniendo en consideración que estaba circundada en sus límites por un activo y agitado cerco subversivo? Simplemente a que allá si se combatió con capacidad y en forma efectiva las causas generadores de la subversión. (...) Nuestra amistad nos llevó a la entrega de cuitas, que solamente se confían a los amigos de verdad. Por ello eres tú el único que conoce mi opinión sobre el vacío de conducción que padecíamos, mis esfuerzos y diligencias afrontando los riesgos consiguientes para encontrar una salida que solucionara institucionalmente este vacío. Tú fuiste mi confidente y puedes dar fe de todo ello. Puedes dar fe o callar...”.
La carta estaba fechada en Buenos Aires, pero Juárez ya estaba fuera del país. Una versión habla de un acuerdo político con Mario Roberto Santucho para no operar ni que lo operaran dentro de Santiago y según esa versión eso disparó el encono personal de Luciano Benjamín Menéndez con Juárez.
Juárez volvió a gobernar Santiago entre 1983 y 1987, 1995 y 1998, y 1999 y 2001. En 2002 lo reemplazó Nina. Cuando el gobierno nacional decidía la intervención, buscó a su amigo Eduardo Duhalde. Un secretario llamó equivocadamente a la Secretaría de Derechos Humanos. Pidió por Duhalde. Al que lo atendió, le dijo: “Necesito hablar con mi amigo, acá quieren echarme”.
El viernes murió por última vez. A lo mejor se sumó al país de sus muertos.


1 comentario:

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